sábado, 28 de agosto de 2010

Carmel by Pony Car

Carmel by The Sea es un pequeño pueblecito de California. Más o menos está a unos 200 kilómetros de San Francisco. Muy cerca de Monterey, la pequeña villa de pescadores que visitamos en el viaje a Los Angeles. En esa ocasión nos habíamos quedado con las ganas de visitar el pueblo del que fue alcalde Clint Eastwood, y la posibilidad de alquilar un Ford Mustang y hacer unas millas hasta allí resultaba del todo excitante.


 Qué morro!...


Tras la experiencia positiva con Avis, repetimos para alquilar el Mustang con ellos. El coste total fue de unos 104 dólares, lo cual sería algo impensable en España: hay que pensar que el Ford Mustang que alquilamos era un V6 del 2010, con 4 litros de motor y más de 200 caballos de potencia, además de ser descapotable. En fin, un dineral solo pensar en su alquiler en España. Pero aquí merece la pena darse el gustazo de conducir semejante máquina.


Lógicamente lo primero que hice nada más montarme fue apretar el botón para quitar la capota. Lo de menos fue que durante todo el viaje de ida a Carmel tuviéramos que llevar la calefacción puesta y que casi acabásemos sordos por el ruido que supone ir “descapotados”. La chulada de movernos con esa maravilla no me la iba a escamotear el tiempo, por mucho que quisiera hacernos la puñeta.


 Tampoco es feo con capota...

Antes de llegar a Carmel tomamos la 17 miles drive, una carretera de 17 millas que pasa por una de las zonas más exclusivas de los Estados Unidos, bordeando uno de los campos de golf más famosos del circuito y ofreciendo en multitud de rincones la posibilidad de parar y hacer fotos al paisaje.

La verdad es que la carretera me pareció bastante normalita. Tal vez no merezca la pena pagar los 9,50 dólares que cuesta hacer el breve recorrido, especialmente si vas a hacer o has hecho la ruta por la Road 1. Pero conducir despacio con un PonyCar, haciendo curva y contracurva con suavidad, hizo que mereciera a pena.


 Acantilados salvajes...

Pronto llegamos al final y por ende a Carmel. El pequeño pueblo es una de esas frikadas que nos han llamado la atención durante todas estas semanas. Muy bonito, pintoresco podríamos decir. Con decenas de restaurantes y una cantidad ingente de galerías de arte. Y por supuesto con manías increíbles, como la falta absoluta de iluminación en las calles.


 Esto valió una alcaldía...

No importó, ya que antes de que empezara a anochecer abandonamos Carmel, sorprendidos por la casa cuyas obras significaron que Eastwood se presentase a alcalde (sí, no hubo nada romántico en ello. Más bien fue una salida personal para hacer una obra cuyos permisos se complicaban). Hicimos, eso si, una cata de vinos en una de las múltiples vinotecas que hay en el pueblo. Y de hecho acabamos comprando 3 botellas del vino que más nos gustó, para descorcharlas a la vuelta en Madrid y recordad que el vino de Califonia está entre los mejores del mundo, aunque sus precios lo hagan casi intratable.

Llegábamos por la noche de vuelta a Berkeley y decidimos darnos un pequeño homenaje: una cena a basa de fondue de queso. Me resulta casi increíble el elevado precio del queso en California y su relativa escasez de variedades. Soy un adicto al queso y, como tal, disfruté de la cena en la Fondue de Fred como si hiciera una vida que no cataba el queso.

Antes de acostarme miré por la ventana de la habitación y eché una penúltima mirada al pony. Casi juraría que oí relinchar sus caballos despidiéndose de mi tras un día tan intenso como apasionante…

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