lunes, 9 de agosto de 2010

20 discos, 60 dólares

Hace años disfrutaba acercándome al Rastro los domingos por la mañana para rebuscar entre los puestos de discos de segunda mano y encontrar rarezas a buen precio. Poco a poco la industria del disco fue haciéndose el harakiri, hasta el punto de su casi desaparición, pero culpando a todo el mundo menos a sí mismos. Yo compro discos, siempre de vinilo, muy pocas veces esa castaña llamada cederrón según la RAE. Y también descargo de Internet o uso Spotify permanentemente (aquí no me he animado a utilizar Pandora todavía y con las emisoras que me ofrece iTunes por ahora me voy sosteniendo en mi necesaria ración musical diaria).


 El paraíso se parece a esto...

Pero ya no puedo ir al Rastro a por discos o dejarme caer por Madrid Rock. Los primeros fueron arrinconados hasta su desaparición por la voracidad recaudadora de impuestos a los puestos callejeros. Los segundos simplemente vendidos para poner en su lugar una tienda de trapos, con la excusa de que los discos ya no eran negocio. Posiblemente a razón de 20 € el disco, centrándose en el producto mainstream exclusivamente, los discos ya no generen tantos beneficios cuando afortunadamente existen otras opciones. Lo que la industria de la música no es capaz de asumir es que fueron ellos, exclusivamente ellos, los que mataron la gallina de los huevos de oro. Ahora clamar contra las descargas es fácil, pero ¿cuándo apoyaron ellos el desarrollo del gusto por comprar discos? Por perderse durante horas olisqueando la pieza extraña o descatalogada. ¿Cuándo cuidaron las ediciones u ofrecieron al comprador algo más que la caja registradora? Desde luego en España hace mucho que aquello pasó a la historia, si es que alguna vez ocurrió. Como quiera que este es un tema arduo y del que podría hablarse durante tantas horas como podamos imaginar, no me extenderé más. Pero hoy compré música, olí la música, viví de nuevo el placer de la música.

Llegamos a San Francisco temprano, bajándonos en la estación de Civic Center. Hoy teníamos intención de visitar Hayes Valley, la zona en la que surgió el Summer of Love, el corazón donde habitaron los hippys de San Francisco, la zona más alternativa y, al mismo tiempo, no dejar de observar algunas estampas necesarias de esta ciudad que nos atrapa cada vez más. Avanzando apenas una manzana desde la salida del BART llegamos a la Plaza Civic Center, desde donde pudimos disfrutar la magnífica visión del Ayuntamiento de San Francisco.


 El Ayuntamiento de San Francisco en todo su esplendor...

Impresionante construcción que recuerda a los capitolios que pueblan los Estados Unidos por su gran cúpula, con ese regusto clásico de este tipo de edificios. Nos regodeamos con la vista durante un buen rato, al mismo tiempo que observamos divertidos como unas aprendices a modelo intentaban lucir palmito en una sesión callejera para una revista tipo Venca para la comunidad india. Justo a continuación del City Hall nos detuvimos de nuevo en la San Francisco Opera House y el Herbst Theatre, dos edificios gemelos, templos de la música lírica y que en estos días están preparando la temporada de otoño con el estreno de Aida.


El teatro de la ópera de la ciudad...


Continuamos subiendo por Grove St. hasta llegar al cruce con Octavia St. donde paramos de nuevo para mirar largo rato, sorprendidos, la escultura Ecstasy de Dan Das Mann y Karen Cusolito, una inmensa representación femenina de metal mostrando el momento de máximo placer.


Ecstasy...

Ensoñadora y al mismo tiempo turbadora visión que está situada en un punto estratégico en la subida hacia las Painted Ladies, las casas victorianas más fotografiadas de la ciudad, con varios cafés para tomar resuello. Aunque a decir verdad optamos por entrar en uno en el que nos sirvieron un agua caliente de color marrón cuyo parecido con el café simplemente fue el azúcar que le echamos para intentar hacerlo más tragable (nos equivocamos al entrar en el que estaba más vacío, seguro, pero ya se sabe, tomar buen café en estos lares a veces es...).


Las Painted Ladies desde Alamo Sq.

Fotografiar las casitas victorianas desde Alamo Square es de esas cosas típicas que has de hacer cuando vienes a San Francisco, aunque a decir verdad el barrio de Hayes Valley tiene casas mucho más bonitas y menos acribilladas por los objetivos de las cámaras de los turistas. De hecho, tras hacer las fotos continuamos sin pausa la subida hasta Divisadero St., donde giramos hasta encontrarnos con Haight St. y entramos en el Lower Haight, tal vez el barrio que me ha gustado más de todos los que hasta ahora hemos visto.


Más colorido, difícil...

Coquetos edificios, menor número de turistas aunque también incremento sustancial de ese curioso género de sujetos que en España conocemos como perro-flautas. Especialmente en el entorno del Parque de Buena Vista. Y finalmente la entrada en el barrio de Hight, con sus decenas de tiendas en las que es posible encontrar todo tipo de ropa de segunda mano, recorrer Goorin Bros., la sombrerería mítica, entrar en The Cannabis Company, donde venden todo tipo de productos relacionados con la Marihuana aunque juran y perjuran que ellos no saben donde se vende "eso" y por último la locura de las prendas inclasificables de Piedmont (si quieres molar, pero molar de lo lindo, esta es tu tienda).


El Exceso habita en Piedmon...

Nos paramos un instante en Haight St. con Asbury St. y observamos curiosos la parroquia que recorría la calle arriba y abajo. El olor de la marihuana era tan potente que nos llevó a refugiarnos en Martin Macks, un pub irlandés en el que no puedo decir que comiéramos bien sino todo lo contrario. Tras degustar unos huevos con salchichas y bacon bastante difíciles de tragar salimos de allí pitando ya que estábamos cerca de nuestro destino, de nuestro paraíso en la tierra.

Aquí deberíamos haber comido, dichosas prisas...

Amoeba Records es una macrotienda de discos en la que no encontrarás fácilmente el último disco de Hanna Montana, pero para un amante del Heavy Metal y una amante del Jazz es el sueño en el que perdernos durante horas. Allí estuvimos recorriendo sus estantes y atándonos las manos para no comprar demasiado. Los vinilos pesan una barbaridad, vamos justitos con el peso que pueden llevar nuestras maletas y todavía nos quedan tres semanas aquí...


El paraíso en la tierra...

Al final mi santa se contuvo más que yo y tan solo sació su pasión con cinco discos, entre los que cabe destacar una grabación de The Original Dixieland Jazz Band de 1967. En concreto es la regrabación del disco de 1917 de la misma banda en el que apareció por primera vez escrita la palabra Jazz.

En mi caso, la moderación no existe, de forma que arramplé con 15 joyitas: desde el primer disco de Heavy Pettin, la grabación original de 1983, hasta el triple vinilo del Yessongs, uno de los discos progresivos más maravillosos de los años setenta. En total compramos 20 discos, que nos costaron 60 dólares. Es decir, al cambio de hoy, 45 €. Tuvimos que esperar un buen rato en la cola hasta que nos cobraran. En una caja con seis personas trabajando a toda velocidad. La crisis de la venta de discos, de la que tanto se habla, si... (ahora alguno dirá que es porque aquí está prohibido descargar de Internet música. Falso, la gente descarga igual que en España y el top manta existe y es visible en cualquier mercadillo).

Música y pasión. San Francisco nos la ha ofrecido hasta ahora. Mañana mezclaremos la música con la tecnología. Durante la mañana visitaremos Silicon Valley y por la noche... ¡¡¡¡gozaremos con RUSH!!!!

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