sábado, 28 de agosto de 2010

Carmel by Pony Car

Carmel by The Sea es un pequeño pueblecito de California. Más o menos está a unos 200 kilómetros de San Francisco. Muy cerca de Monterey, la pequeña villa de pescadores que visitamos en el viaje a Los Angeles. En esa ocasión nos habíamos quedado con las ganas de visitar el pueblo del que fue alcalde Clint Eastwood, y la posibilidad de alquilar un Ford Mustang y hacer unas millas hasta allí resultaba del todo excitante.


 Qué morro!...


Tras la experiencia positiva con Avis, repetimos para alquilar el Mustang con ellos. El coste total fue de unos 104 dólares, lo cual sería algo impensable en España: hay que pensar que el Ford Mustang que alquilamos era un V6 del 2010, con 4 litros de motor y más de 200 caballos de potencia, además de ser descapotable. En fin, un dineral solo pensar en su alquiler en España. Pero aquí merece la pena darse el gustazo de conducir semejante máquina.


Lógicamente lo primero que hice nada más montarme fue apretar el botón para quitar la capota. Lo de menos fue que durante todo el viaje de ida a Carmel tuviéramos que llevar la calefacción puesta y que casi acabásemos sordos por el ruido que supone ir “descapotados”. La chulada de movernos con esa maravilla no me la iba a escamotear el tiempo, por mucho que quisiera hacernos la puñeta.


 Tampoco es feo con capota...

Antes de llegar a Carmel tomamos la 17 miles drive, una carretera de 17 millas que pasa por una de las zonas más exclusivas de los Estados Unidos, bordeando uno de los campos de golf más famosos del circuito y ofreciendo en multitud de rincones la posibilidad de parar y hacer fotos al paisaje.

La verdad es que la carretera me pareció bastante normalita. Tal vez no merezca la pena pagar los 9,50 dólares que cuesta hacer el breve recorrido, especialmente si vas a hacer o has hecho la ruta por la Road 1. Pero conducir despacio con un PonyCar, haciendo curva y contracurva con suavidad, hizo que mereciera a pena.


 Acantilados salvajes...

Pronto llegamos al final y por ende a Carmel. El pequeño pueblo es una de esas frikadas que nos han llamado la atención durante todas estas semanas. Muy bonito, pintoresco podríamos decir. Con decenas de restaurantes y una cantidad ingente de galerías de arte. Y por supuesto con manías increíbles, como la falta absoluta de iluminación en las calles.


 Esto valió una alcaldía...

No importó, ya que antes de que empezara a anochecer abandonamos Carmel, sorprendidos por la casa cuyas obras significaron que Eastwood se presentase a alcalde (sí, no hubo nada romántico en ello. Más bien fue una salida personal para hacer una obra cuyos permisos se complicaban). Hicimos, eso si, una cata de vinos en una de las múltiples vinotecas que hay en el pueblo. Y de hecho acabamos comprando 3 botellas del vino que más nos gustó, para descorcharlas a la vuelta en Madrid y recordad que el vino de Califonia está entre los mejores del mundo, aunque sus precios lo hagan casi intratable.

Llegábamos por la noche de vuelta a Berkeley y decidimos darnos un pequeño homenaje: una cena a basa de fondue de queso. Me resulta casi increíble el elevado precio del queso en California y su relativa escasez de variedades. Soy un adicto al queso y, como tal, disfruté de la cena en la Fondue de Fred como si hiciera una vida que no cataba el queso.

Antes de acostarme miré por la ventana de la habitación y eché una penúltima mirada al pony. Casi juraría que oí relinchar sus caballos despidiéndose de mi tras un día tan intenso como apasionante…

sábado, 21 de agosto de 2010

I´m in love with my car

Nunca he sido un fanático de los coches. He tenido tres, un Seat 127, un Renault 11 y un Nissan Almera, que me han llevado y me han traído. Y he conducido una infinidad. Alquilados, prestados, de familiares y de amigos. Pero jamás he sentido nada especial por un habitáculo de metal con un volante y cuatro ruedas. Jamás hasta haber conducido un Mustang.


Algún día será mio, no alquilado...

Con el Pony Car fuimos a Carmel y recorrimos más de 400 kilómetros. Con él sentimos el placer del aire en el cogote, la gozada de su inmensa palanca de cambios, de sus seis cilindros, sus cuatro mil centímetros cúbicos y sus doscientos caballos amaestrados. El orgullo de su diseño eterno y las miradas de envidia allá donde quiera que te detengas, incluso aunque el paisaje sea impresionante.


El ciprés solitario en 17 Miles Drive...

Hoy, por primera vez en mi vida, entiendo perfectamente la canción de Queen... I´m in love with my car...




Enamorados...

Mañana nos vamos a Las Vegas, de forma que será difícil actualizar este blog. Aun así, a través de Twitter seguiré contando el viaje siempre que encuentre una Wifi, cosa que en USA es bastante fácil. Y a la vuelta, el próximo martes, prometo escribir sobre Carmel y sobre el viaje hacia la pecaminosa ciudad del juego.

(Recordad, necesito que dejéis UN VOTO DIARIAMENTE. No nos vamos a rendir. Aunque parezca imposible, todavía quedan días para conseguir llegar a la final. Y con vuestra ayuda ¡podemos conseguirlo!)

jueves, 19 de agosto de 2010

And the Oscar goes to...

Por fin tocaba el momento tan deseado de llegar a Los Angeles. Pese a que todos los comentarios que había leído sobre esa ciudad la tildaban de horrible urbe saturada por una pesadilla de coches, tengo que reconocer que el viaje desde Bueltton fue excitante. Poco a poco nos acercábamos a la salida de Hollywood y comprobamos que realmente el tráfico en Los Angeles es insufrible. Miles de coches atascados en cualquiera de las direcciones en las que circules. Miles de automóviles por todos lados.

No intentamos buscar aparcamiento en la calle, ya que al llegar a Hollywood Boulevard metimos directamente el coche en el parking del Kodak Theatre, algo que si bien puede llegar a costar 10 dólares, te quita problemas de echar monedas a los parkímetros o del riesgo de dejar el coche sin vigilancia cerca (aunque aquí el "mete el retovisor por si acaso te toca la china" hemos observado que, al contrario de España, no es necesario).


No nos pusieron la alfombra roja, pues vaya...

Tras aparcar, salimos por la puerta del teatro en el que se entregan los Oscars. Un tanto decepcionante, ya que el teatro ha sido ocupado casi en su totalidad por un gran centro comercial y como es lógico las huestes de turistas invaden hasta el último milímetro del edificio. Es posible visitarlo al precio de 15 dólares, pero no nos apetecía juntarnos con una manada interminable de turis, de forma que nos conformamos con verlo por fuera y en la tele, durante la noche de los Oscars, que tiene más glamour y es más emocionante...


Grande es un rato, pero feo, también...

A su lado el teatro chino, un pastiche arquitectónico bastante horrendo, en el que se siguen proyectando pelis y en cuyo suelo se encuentran las famosas huellas de manos y pies de actores eternos y, por ambas aceras de Hollywood Boulevard, el conocido "Paseo de la Fama" con sus cientos de estrellas grabadas. Fue divertido descubrir en alguna el nombre de nuestro mito personal y sobre todo culminarlo con la foto que tanto tiempo había soñado hacer, la frikada de moda para cualquiera que viaje a Hollywood. Inmortalizarse junto a la estrella de Tito Chuck.


Tenía que hacerlo, tenía que hacerlo, tenía que hacerlo...

Callejeamos Hollywood arriba y abajo, nos acercamos hasta la sede de Capitol Records, mítica compañía discográfica en la que se grabaron algunos de los discos más importantes de la historia del Jazz (visita obligada para mi santa), pasamos por la puerta de infinidad de tiendas de ropa fetichista y por delante de los clubs de striptis más cutres que hemos visto jamás, para ser plenamente conscientes de que en Hollywood se respira una mezcla de ambiente decadente con el "feísmo" más ramplón. Siempre tienes la sensación de encontrarte en un suburbio, en una especie de extrarradio que finalmente no es otra cosa que la arquitectura misma de Los Angeles.


No será por modelitos para encontrar trabajo en Hollywood...

Ni siquiera la vista de la colina con la obligada foto al cartel más conocido del mundo nos acabó de convencer de lo contrario. Los Angeles no nos estaba gustando demasiado. Bien es cierto que estábamos viendo la cima del iceberg nada más. En Los Angeles, sin contar la zona metropolitana, viven más de cuatro millones de personas. De forma que es una ciudad gigantesca. No dudo que tenga rincones preciosos, pero en esta ocasión no teníamos tiempo de encontrarlos.


"La Foto", solo que esta vez la hice yo...

Así pues, tras recorrer Sunset Boulevard y hacer la parada obligada en el Whisky a Go-Go, uno de los sitios míticos en la historia del Rock & Roll y donde bandas como los Doors, Motley Crüe o Guns´n´Roses comenzaron sus carreras, pusimos camino hacia Beverly Hills, donde condujimos entre las mansiones de los millonarios más millonarios. Eso es algo que no deja de sorprenderte en América. La mayor opulencia al lado de las miserias más absolutas: una calle repleta de homeless; en la siguiente los Ferrari se agolpan como si fueran utilitarios. Fascinante retrato de una ciudad y un país a veces complicado de entender...


El garito por excelencia. Donde se creó el hard rock californiano...

Terminamos el día en Manhattan Beach, en donde habíamos decidido coger el hotel. Situado a unos 20 minutos de Los Angeles, es una zona bastante tranquila, con algunos restaurantes, bares y algo de vida nocturna. No obstante, reventados tras todo el día caminando nos retirábamos temprano para poder madrugar a la mañana siguiente y continuar descubriendo las cercanías de LA.


David Hasselhoff de joven...

El primer destino de la mañana del sábado fue Venice, la zona costera tan bien conocida por sus surfers y por ser escenario de Los Vigilantes de la Playa, serie mítica de mi juventud. La playa de Venice cuenta con un largo paseo marítimo en el que es imposible no quedar sorprendido por algunas de las cosas que allí ocurren. Guapos y guapas exhibiendo cuerpos de impresión, gimnastas forzudos al borde de la arena haciendo ejercicio, tiendas de souvenirs variados y, en definitiva, la postal californiana por excelencia.


Surfing in USA...

Durante un buen rato anduvimos disfrutando de la mañana. Por fin en manga corta y por fin sintiendo que en California hace calor, aunque el día había amanecido nublado. Nos acercamos a tocar las aguas del Pacífico y nos cercioramos de que su temperatura está sencillamente gélida (especialmente mi santa, que fue la valiente que metió los pies en ella, yo tenía bastante con hacer las fotos ;)


El Carousel al fondo, en una foto bastante mala, pero íbamos corriendo...

De Venice fuimos hasta Santa Mónica, donde habíamos quedado con unos amigos para comer. Hicimos el español a base de bien, buscando no pagar por el aparcamiento y a cambio dejando el coche poco menos que en Cuenca. Así pues, llegamos tardísimo y por ello prácticamente no nos dio tiempo a ver mucho más que el Carousel, el famoso parque de atracciones al borde del mar que sale en decenas de pelis; el curioso estilo Art Deco del The Georgian Hotel, uno de los hoteles históricos de los Estados Unidos, que nuevamente vuelve a mostrar una imagen decadente y al mismo tiempo romántica de una California que ya no volverá; y el Thrird Street Promenade, la zona comercial del centro de la ciudad, donde pude cerciorarme una vez más de que las habilidades para curiosear entre las tiendas y el placer por hacerlo son consustanciales a las mujeres de cualquier país y continente, así como que la paciencia de los hombres americanos ante esta situación parece ser bastante más alta que la de este que escribe...


 Mentira, pero emocionante...

Antes de marcharnos de Santa Monica quedaba una parada obligada: el final de la Ruta 66. Tal vez la carretera más famosa del mundo, que recorre Estados Unidos desde Chicago hasta precisamente este punto. A decir verdad luego nos enteramos por Wikipedia de que nunca llegó a terminar allí, pero no cabe duda de que enfrentarse a la placa que anuncia el final del recorrido lleva a pensar en que tan largo viaje tal vez algún día lo afrontemos, quién sabe...

Volvimos para cenar a Manhattan Beach. Pero antes de hacerlo decidimos hacer una cata en una "tasting room" frente a nuestro hotel y allí nos topamos con Tony y Angie, fantásticos nuevos amigos que sin conocernos de nada nos llevaron en su coche y nos acompañaron en Hermosa Beach. Nuevamente fuimos sorprendidos con la generosa e inmensa capacidad hospitalaria del pueblo americano. Disfrutamos de su amistad primero y con Cyntia y su marido después, en una noche maravillosa de cervezas y buenos amigos. Ojala podamos encontrarnos de nuevo muy pronto, en Estados Unidos o en España.


Si la haces, te pillan, siempre...

El domingo había que volver a San Francisco. Casi 600 kilómetros que hicimos en esta ocasión por la Ruta 101, menos bonita que la Ruta 1 pero mucho más rápida. Manteniendo la velocidad en ese tope de las 65 millas por hora para evitar tener un nuevo percance con la policía. Jugártela en la carretera es muy fácil y por todo el camino vimos decenas de coches detenidos por los Highway Patrol, de forma que en ningún momento se nos ocurrió apretar gas, por mucho que a veces la carretera parezca eternizarse a esa velocidad.

Comenzaba la tarde cuando llegábamos a San Francisco. Los tonos azules del cielo nos decían adiós.  La niebla que permanentemente parece perseguir a esta ciudad durante los meses de julio y agosto se mostraba en el horizonte. La temperatura bajaba casi 10 grados de golpe y la otra cara climática de California nos daba la bienvenida de nuevo.


Al fondo... San Francisco fagocitado por las nubes...

No obstante quedaba una etapa final por cumplir: cruzar el Golden Gate con el coche. Lo hicimos en ambos sentidos. Inmunes a los atascos que, un domingo por la tarde, casi lo bloquean. Simplemente sintiendo la fastuosidad de su construcción. Viendo de cerca su color ocre, atravesando una bahía preciosa. El momento se conjuró para que incluso las nubes decidieran darnos una pequeña tregua. Y la magia nos acompañó durante unos minutos. Habían sido 1000 millas de carretera, muchas sensaciones, muchos paisajes y muchas imágenes por procesar...


Camino al infinito...

(Recuerda que TODOS LOS DIAS no cuesta nada VOTARME para conseguir entrar en los cinco finalistas de Sabatico en La Rioja. ¡¡¡Muchas Gracias!!!)

lunes, 16 de agosto de 2010

El Big Sur y "Entre Copas" (pudo ser "Entre Rejas")

Teníamos ganas de escapar del frío de San Francisco y de conocer una de las carreteras míticas de los Estados Unidos (y puede decirse que de todo el mundo) la "Road 1", que recorre parte de la costa californiana, y poder ver así los paisajes más impresionantes de esta parte del país. Esta vez no tuvimos ningún problema al recoger el coche y es que tras las experiencias anteriores tuvimos el buen juicio de reservarlo previamente por Internet.


 1000 millas y 60 € de gasolina por todo el camino...

Durante todo el viaje me he lamentado de no haber alquilado un Ford Mustang, espinita que espero sacarme esta misma semana, ya que nuestro Hyundai funcionó de perlas, pero no es lo mismo que la experiencia de conducir el coche de mis sueños y que dudo que algún día pueda llegar a tener.


Las focas vacilando...

Tardamos aproximadamente dos horas en llegar a Monterey, la primera parada de nuestro viaje. Monterey es un pueblecito costero precioso (aunque bastante turístico) en el que el paseo al lado del muelle es un placer por si mismo. Una gran colonia de focas habita en el mismo puerto y se convierte en una de las atracciones más clásicas del pueblo, además de las tiendecitas y restaurantes en los que puede degustarse buen pescado y así salir de la dieta carnívora que a veces te ves obligado a seguir en Madrid.


La pereza...

No obstante nuestra parada fue muy breve, ya que teníamos ganas de continuar camino y sumergirnos cuanto antes del el Big Sur. Apenas callejeamos por la zona del puerto, hicimos unas fotos, observamos boquiabiertos las maravillas de cuatro ruedas expuestas en la Rolex Monterey Motorsports, una exposición de coches clásicos y deportivos, auténticas maravillas de coleccionistas, y rápidamente volvimos a la carretera.


El Lincoln que transportó a Kennedy...

La idea original era detenernos en Carmel y comer allí, pero el GPS nos jugó una mala pasada (o tal vez fue mi propio despiste) el caso es que dejamos atrás la salida del pueblo del que fue alcalde Clint Eastwood y nos lanzamos directamente a la Ruta 1, a disfrutar de los ancantilados. En una sucesión interminable de curvas y más curvas, plagada de espacios donde detener el coche y observar fascinados la inmensidad del Océano Pacífico.


La inmensidad...

Por desgracia el día continuaba nublado y la majestuosidad del paisaje quedó un poco empañada por tantas nubes, pero aun así disfrutamos de lo lindo observando como la naturaleza parece triunfar sobre el ser humano con su fiereza a la hora de esculpir la geografía de este terreno.


El retiro perfecto...

Pudimos parar a mitad del camino en una tienda de carretera, un pequeño puesto para comprar unos sandwich y darnos cuenta de que allí también era posible conectarnos a Internet, de forma que lanzamos varios mensajes en Twitter manifestando nuestro gozo por el camino que estábamos haciendo.


Chip y Chop...

No nos interesaba detenernos en Morro Bay  ni ver el Castillo de Hearst, de forma que tras tantas paradas como quisimos durante la ruta, acabamos saliendo de ella para encarar la última fase de nuestro primer día de viaje: Bueltton y el Condado de Santa Barbara. Zona de viñas, de cultivo de deliciosos vinos que queríamos probar y disfrutar.


Viñedos y más viñedos...

Llegamos a Bueltton a eso de las 7 de la tarde. Teníamos la reserva en el Hitching Post a las 9 de la noche, de forma que decidimos ir a hacer un "tasting" antes de cenar. Y ahí vivimos uno de los momentos más tensos posibles. Al llegar a un semáforo detuve el coche en el carril central, completamente convencido de que, junto con el de la izquierda, me permitía girar. Esperé a que el semáforo rojo cambiara a verde para hacer el giro por lo que me pareció una eternidad. Un coche se detuvo detrás de mi, pero aquí no usan el claxon como en España, de forma que en vez de recibir una pitada inmensa por estar parado, aceptó la situación tranquilamente.


El Days Inn, el hotel de Entre Copas, minutos antes del "susto"...

Quién no la aceptó fue un coche de policía que en ese momento se cruzó con nosotros. Fue girar por fin a la izquierda y el patrullero lanzar sus sirenas con el inequívoco gesto de exigir que nos detuviéramos.

Es difícil reproducir el diálogo entre el policía y este que escribe. Especialmente cuando nos exigió el pasaporte, que alegremente habíamos dejado en Berkeley, con la idea de que el pasaporte conviene mantenerlo en lugar seguro. Por fortuna nuestra cara de acojonados empanados nos salvó de una multa u algo peor. Y es que en este país no se andan con chiquitas. Será el paraíso de la libertad, pero todo está prohibido, incluso detenerse por error en un carril equivocado de un semáforo.

Finalmente el policía con cara de muy pocos amigos nos dejó marchar, no sin aguarnos la idea de hacer un "tasting". Ante la experiencia se nos habían quitado las ganas de buscar la "tasting room" de forma que, tras una cerveza en el pub del hotel, nos dirigimos al Hitching Post para emular a los personajes de "Entre Copas".


Gran vino, a precio... ufff...

Por supuesto el Hitching Post es un restaurante con mucha fama, especialmente a raíz de la película, pero hay que reconocer que tampoco es para tanto. Eso sí, antes de decidirnos por el vino que tomaríamos pudimos catarlo. Nos pareció delicioso, un Sirah embotellado expresamente para ellos, de forma que disfrutamos bastante más con el vino que con la comida, bastante normalita.


El color del dinero....

Antes de retirarnos a dormir nos quedaba hacer una cata de otros espirituosos variados en el Pub del hotel. Jugar al billar, al puro estilo americano y prepararnos para el siguiente día, en el que Los Angeles nos esperaba...

(Recuerda: Un voto AL DIA. Vamos muy retrasados pero todavía no es imposible...)

jueves, 12 de agosto de 2010

Big Sur

Durante los próximos días no voy a poder escribir en este blog ya que mañana a primera hora salimos de viaje para hacer una de las excursiones que más nos apetece de nuestra estancia en California, el Big Sur. Básicamente es la ruta que recorre desde San Francisco hasta Los Angeles por la costa y en la que tenemos marcadas varias etapas interesantes: mañana comenzaremos viajando hasta Monterey y Carmel by the Sea para llegar a cenar a Buellton, un pequeño pueblo del Condado de Santa Barbara.


 El Big Sur nos espera...

En Buellton tenemos reserva para cenar en The Hitching Post, el restaurante donde trabajaba Maya, una de las protagonistas de la película Entre Copas y, de hecho, vamos a dormir en el mismo hotel en el que se alojan los protagonistas de la peli. ¿Frikada? Tal vez, pero nos apetecía hacerlo...


Pinot Noir, para salir finos...

El viernes por la mañana saldremos en dirección a Los Angeles donde pasaremos el fin de semana y donde hemos decidido no pernoctar, para hacerlo en Manhattan Beach, en las cercanías de LA, pero más seguro y residencial. Por la noche visitaremos Santa Monica y por supuesto Venice, las playas de ensueño californianas.


Shaka Brah, LA, allá que vamos...

El domingo regresaremos a Berkeley y si no es muy tarde intentaré empezar a escribir los posts en los que cuente cómo ha ido el viaje. No obstante, siempre que encontremos Wifi iré actualizando la información a través de mi Twitter, de forma que quede todo reseñado según vaya ocurriendo.

Y por supuesto, DIARIAMENTE, cuento con vuestro voto para conseguir lograr escribir un libro sobre la influencia de la tecnología en la educación durante el año sabático en La Rioja. Podemos conseguirlo, ¡PODEMOS!

miércoles, 11 de agosto de 2010

Silicio o baterista

Ayer era el día elegido para visitar el mítico Silicon Valley, la zona en la que hay más empresas de tecnología juntas del mundo, el entorno donde todo comenzó, si entendemos todo como el imperio de los beneficios gracias al hardware y al software. El sueño que aparece en la mente de cualquier emprendedor cada vez que se habla de California. El paisaje que ha acabado por sustituir a las playas de Venice en parte del imaginario colectivo. Muy prometedora excursión con un final absolutamente espectacular, la posibilidad de poder ver en directo a RUSH, uno de los grupos más importantes de la historia del Rock y que jamás han actuado en España.



YYZ, no es el mejor sonido, pero un buen ejemplo de lo que vimos...

La mañana empezó con ciertos problemas con el alquiler del coche. De nuevo nos plantamos en la agencia de alquiler de vehículos sin reserva y estuvimos a punto de quedarnos sin poder coger un coche. Pensábamos que el domingo tuvimos más problemas por ser ese día de la semana, pero no imaginábamos que el lunes íbamos a encontrarnos con la misma situación. Y es que ya nos hemos dado cuenta de que aquí, pese a que todo el mundo tiene coche, también todo el mundo alquila de vez en cuando. De forma que si piensas alquilar uno, más vale que hagas la reserva de antemano o corres en riesgo de verte compuesto y sin ruedas. Finalmente, a las doce de la mañana, conseguíamos recoger un coche y, tras tener que ir a otra agencia de la misma compañía para que nos dieran el GPS, salíamos dirección a Cupertino pasadas las doce y media.


Agua marina estancada. Bonito paisaje aunque con un olor...

Mi idea original era visitar San José y Saratoga antes de acercarnos a la sede de Apple, pero en vista de que ya íbamos con retraso nos dirigimos hacia Cupertino. Nuevamente sentí la experiencia mágica de conducción por las autopistas americanas, donde salvo casos excepcionales, nadie supera las 70 millas por hora (unos 110 Km por hora). Inmensas extensiones de carretera, con hasta seis carriles por sentido y, en general, bastante bien señalizado todo. Eso sí, es conveniente estar al tanto ya que si te pasas de la salida que debes tomar puede costar bastante encontrar un cambio de sentido.


En el corazón de Silicon Valley...

No tuvimos mayor problema en llegar a Cupertino y disfrutamos de un viaje en el que, tras dejar atrás la bahía, por fin nos sentimos de verdad en California. Cielo de azul infinito, rodeados de un verde paisaje y con un sol radiante. Ver por fin el sol a raudales nos hacía falta y optimistas llegamos al número 1 de Infinite Loop, la sede central de la empresa de la manzana mordida. Sede central o edificio representativo del cual poco pudimos ver ya que no nos permitieron franquear más allá del hall y del que está absolutamente prohibido hacer una foto en el interior. Simplemente vimos esa inmensa entrada que aparece en Piratas de Silicon Valley, observar un cartel gigantesco del iPhone 4 y ver un panel en el que se muestran los miles de millones de Apps que se están descargando al minuto. Bueno, también fuimos al servicio, pero nada indicaba que allí se estuviera produciendo ningún cambio sustancial en la historia de la humanidad.


La puerta a la manzana...

Así pues tuvimos que conformarnos con entrar en la tienda que tienen justo en el edificio adyacente y en la que se vende merchandising de Apple. Una de las pocas (sino la única tienda del mundo) donde pueden comprarse recuerdos de la empresa. Estaba haciendo fotos cuando un señor muy amable se me acercó para preguntarme si había fotografiado a Steve Jobs. Por supuesto pensé que me estaba tomando el pelo o que no le había entendido bien. Pero efectivamente, su mujer me enseñó las fotos que acababa de hacer cinco minutos antes: Steve Jobs recién llegado a la oficina, bajando del autobús de la empresa y vestido como siempre, con sus vaqueros y el eterno suéter negro (que por cierto, no venden en la tienda). Una lástima, se me escapó por pocos minutos.


Una tienda bastante normalita, las cosas como son...

Eran las dos de la tarde y decidimos comer en el BJ´s de De Anza Blvd. Vivimos lo que habíamos leído en tantas ocasiones sobre caminar o conducir. Hasta que no lo sufres en tus propias carnes no te das cuenta de la dependencia que existe en este país con el coche. Nos resultó más rápido coger el coche para cruzar la calle que ir andando hasta el semáforo. No comimos especialmente bien, aunque la atención fue excepcional (como la mayoría de las veces) y la chica que nos atendió a la entrada estuvo encantada de servir a una pareja española que pudiera orientarle en su futuro viaje a nuestro país.


Un sandwich-burguer para retomar fuerzas...

Tras una hamburguesa servida como si fuera un sandwich pusimos rumbo a Palo Alto, en concreto al número 1601 de California Ave. donde tiene su sede Facebook. De nuevo vivimos una pequeña frustración. La sede en sí está rodada de edificios pertenecientes a la Universidad de Stanford, pero salvo un cartel a la entrada, nada indica que sean las oficinas centrales del monstruo de Internet. Ni tienda de souvenirs ni nada. Solamente un señor sentado bajo una sombrilla para evitar que los turistas pisen el césped de los alrededores del cartel (que a tenor de lo que puede verse en la foto no suelen hacer mucho caso).


Un Heavy en el Facebú, en el de verdad...

Visto el entorno espartano de Facebook, la siguiente parada en nuestro itinerario geek era el famoso garage en el que se creó Hewlett Packard. La historia es de todos conocida: un profe de Stanford animando a sus alumnos a crear sus propias empresas por aquella zona. Dos amiguetes que se juntan en un agujero y montan una de las primeras empresas de tecnología del mundo. A partir de ahí el clima, la cercanía de una universidad impresionante, el carácter emprendedor y la pasta gansa, mucha pasta que hay en la zona, generarían el entorno más rico en creatividad y generación de negocios del mundo (uno de ellos, al menos, las cosas como son).


Pues ese es el garage de marras, sin más...

Tras la foto friki a la puerta del garage mientras unos operarios nos miraban sonriendo, ante lo que es la peregrinación habitual de los amantes de los cacharritos informáticos, pusimos dirección a la sede central de la Universidad de Stanford. Solamente queríamos echar un ojo a su inmenso campus y de paso comprar alguna camiseta. Así lo hicimos, quedando simplemente alucinados por el tipo de campus en el que nos encontrábamos. Gigantesco, con edificios que poco tienen que ver con las clásicas facultades a los que estamos acostumbrados. Stanford parece una ciudad colonial, con preciosas casitas en las que viven y estudian algunos de los mejores cerebros del mundo.


En el centro de Stanford...

Cientos de turistas recorrían las calles del campus como nosotros. Algunos de ellos con sus padres, haciendo ese tour que lleva a los estudiantes americanos por las universidades de medio país antes de decidir a las que presentar su solicitud de admisión. Stanford solo admite a los mejores entre los mejores. Así que estábamos rodeados por algunos futuros triunfadores. Tanto que sentimos que era momento de salir de allí zumbando o no llegaríamos a nuestra siguiente parada, Mountain View.

Queríamos acercarnos a la puerta de Googleplex, la sede de Google, pero según salíamos de la autopista decenas de coches nos acompañaban. El Shoreline Amphitheater está casi lindando con el "oráculo-gran hermano". Hubo que tomar la decisión en cuestión de segundos. Ver un esqueleto de dinosaurio, sillas de colores, bicis y googleboys correteando o aparcar en un sitio del que no fuera una tortura salir tras el concierto. Y ganó la segunda opción. Siempre he dicho que entre la música y cualquier otra cosa gana la música. Y no fue esta vez una excepción. Entre Google y RUSH ganaron los tres abuelos canadienses.


Google era la que cruzaba, pero teníamos el semáforo en verde...

No nos arrepentimos. Tal vez no vimos Google de cerca pero lo que pudimos disfrutar con RUSH superó todas mis expectativas. Una banda impresionante, con una producción grandiosa, tocando canciones de su presente y su pasado. Más de 20 mil almas boquiabiertas ante el grupo que reinventó el rock progresivo y lo adaptó al Heavy Metal. Fue el broche perfecto de un largo día, para ser consciente una vez más de que, entre los cacharritos de sílice y el Rock and Roll siempre me quedaré con este último... (La crónica completa la podréis leer en unos días en Rafabasa.com)


La foto es horrible, pero nos confiscaron la cámara buena a la entrada...

(Recuerda que puedes votarme a diario para conseguir poner en práctica mi proyecto durante el Año Sabático en La Rioja)

lunes, 9 de agosto de 2010

Resultados parciales

Hoy se han sabido los resultados parciales de las votaciones para el Año Sabático. A tenor de la posición que ocupo parece que se esfuman mis posibilidades de quedar finalista. La distancia de votos con el quinto clasificado parece ya insalvable, de forma que uno siente por primera vez qué es lo que pasa por la cabeza de los participantes españoles de Eurovisión.



En cualquier caso, muchas gracias por los votos que habéis emitido y recordad que hasta el 6 de septiembre hay posibilidades de cambiar el resultado. Y de no hacerlo, bueno, espero que os esté gustando el diario del viaje por California.

Recordad que podéis votarme DIARIAMENTE haciendo Clic Aquí

20 discos, 60 dólares

Hace años disfrutaba acercándome al Rastro los domingos por la mañana para rebuscar entre los puestos de discos de segunda mano y encontrar rarezas a buen precio. Poco a poco la industria del disco fue haciéndose el harakiri, hasta el punto de su casi desaparición, pero culpando a todo el mundo menos a sí mismos. Yo compro discos, siempre de vinilo, muy pocas veces esa castaña llamada cederrón según la RAE. Y también descargo de Internet o uso Spotify permanentemente (aquí no me he animado a utilizar Pandora todavía y con las emisoras que me ofrece iTunes por ahora me voy sosteniendo en mi necesaria ración musical diaria).


 El paraíso se parece a esto...

Pero ya no puedo ir al Rastro a por discos o dejarme caer por Madrid Rock. Los primeros fueron arrinconados hasta su desaparición por la voracidad recaudadora de impuestos a los puestos callejeros. Los segundos simplemente vendidos para poner en su lugar una tienda de trapos, con la excusa de que los discos ya no eran negocio. Posiblemente a razón de 20 € el disco, centrándose en el producto mainstream exclusivamente, los discos ya no generen tantos beneficios cuando afortunadamente existen otras opciones. Lo que la industria de la música no es capaz de asumir es que fueron ellos, exclusivamente ellos, los que mataron la gallina de los huevos de oro. Ahora clamar contra las descargas es fácil, pero ¿cuándo apoyaron ellos el desarrollo del gusto por comprar discos? Por perderse durante horas olisqueando la pieza extraña o descatalogada. ¿Cuándo cuidaron las ediciones u ofrecieron al comprador algo más que la caja registradora? Desde luego en España hace mucho que aquello pasó a la historia, si es que alguna vez ocurrió. Como quiera que este es un tema arduo y del que podría hablarse durante tantas horas como podamos imaginar, no me extenderé más. Pero hoy compré música, olí la música, viví de nuevo el placer de la música.

Llegamos a San Francisco temprano, bajándonos en la estación de Civic Center. Hoy teníamos intención de visitar Hayes Valley, la zona en la que surgió el Summer of Love, el corazón donde habitaron los hippys de San Francisco, la zona más alternativa y, al mismo tiempo, no dejar de observar algunas estampas necesarias de esta ciudad que nos atrapa cada vez más. Avanzando apenas una manzana desde la salida del BART llegamos a la Plaza Civic Center, desde donde pudimos disfrutar la magnífica visión del Ayuntamiento de San Francisco.


 El Ayuntamiento de San Francisco en todo su esplendor...

Impresionante construcción que recuerda a los capitolios que pueblan los Estados Unidos por su gran cúpula, con ese regusto clásico de este tipo de edificios. Nos regodeamos con la vista durante un buen rato, al mismo tiempo que observamos divertidos como unas aprendices a modelo intentaban lucir palmito en una sesión callejera para una revista tipo Venca para la comunidad india. Justo a continuación del City Hall nos detuvimos de nuevo en la San Francisco Opera House y el Herbst Theatre, dos edificios gemelos, templos de la música lírica y que en estos días están preparando la temporada de otoño con el estreno de Aida.


El teatro de la ópera de la ciudad...


Continuamos subiendo por Grove St. hasta llegar al cruce con Octavia St. donde paramos de nuevo para mirar largo rato, sorprendidos, la escultura Ecstasy de Dan Das Mann y Karen Cusolito, una inmensa representación femenina de metal mostrando el momento de máximo placer.


Ecstasy...

Ensoñadora y al mismo tiempo turbadora visión que está situada en un punto estratégico en la subida hacia las Painted Ladies, las casas victorianas más fotografiadas de la ciudad, con varios cafés para tomar resuello. Aunque a decir verdad optamos por entrar en uno en el que nos sirvieron un agua caliente de color marrón cuyo parecido con el café simplemente fue el azúcar que le echamos para intentar hacerlo más tragable (nos equivocamos al entrar en el que estaba más vacío, seguro, pero ya se sabe, tomar buen café en estos lares a veces es...).


Las Painted Ladies desde Alamo Sq.

Fotografiar las casitas victorianas desde Alamo Square es de esas cosas típicas que has de hacer cuando vienes a San Francisco, aunque a decir verdad el barrio de Hayes Valley tiene casas mucho más bonitas y menos acribilladas por los objetivos de las cámaras de los turistas. De hecho, tras hacer las fotos continuamos sin pausa la subida hasta Divisadero St., donde giramos hasta encontrarnos con Haight St. y entramos en el Lower Haight, tal vez el barrio que me ha gustado más de todos los que hasta ahora hemos visto.


Más colorido, difícil...

Coquetos edificios, menor número de turistas aunque también incremento sustancial de ese curioso género de sujetos que en España conocemos como perro-flautas. Especialmente en el entorno del Parque de Buena Vista. Y finalmente la entrada en el barrio de Hight, con sus decenas de tiendas en las que es posible encontrar todo tipo de ropa de segunda mano, recorrer Goorin Bros., la sombrerería mítica, entrar en The Cannabis Company, donde venden todo tipo de productos relacionados con la Marihuana aunque juran y perjuran que ellos no saben donde se vende "eso" y por último la locura de las prendas inclasificables de Piedmont (si quieres molar, pero molar de lo lindo, esta es tu tienda).


El Exceso habita en Piedmon...

Nos paramos un instante en Haight St. con Asbury St. y observamos curiosos la parroquia que recorría la calle arriba y abajo. El olor de la marihuana era tan potente que nos llevó a refugiarnos en Martin Macks, un pub irlandés en el que no puedo decir que comiéramos bien sino todo lo contrario. Tras degustar unos huevos con salchichas y bacon bastante difíciles de tragar salimos de allí pitando ya que estábamos cerca de nuestro destino, de nuestro paraíso en la tierra.

Aquí deberíamos haber comido, dichosas prisas...

Amoeba Records es una macrotienda de discos en la que no encontrarás fácilmente el último disco de Hanna Montana, pero para un amante del Heavy Metal y una amante del Jazz es el sueño en el que perdernos durante horas. Allí estuvimos recorriendo sus estantes y atándonos las manos para no comprar demasiado. Los vinilos pesan una barbaridad, vamos justitos con el peso que pueden llevar nuestras maletas y todavía nos quedan tres semanas aquí...


El paraíso en la tierra...

Al final mi santa se contuvo más que yo y tan solo sació su pasión con cinco discos, entre los que cabe destacar una grabación de The Original Dixieland Jazz Band de 1967. En concreto es la regrabación del disco de 1917 de la misma banda en el que apareció por primera vez escrita la palabra Jazz.

En mi caso, la moderación no existe, de forma que arramplé con 15 joyitas: desde el primer disco de Heavy Pettin, la grabación original de 1983, hasta el triple vinilo del Yessongs, uno de los discos progresivos más maravillosos de los años setenta. En total compramos 20 discos, que nos costaron 60 dólares. Es decir, al cambio de hoy, 45 €. Tuvimos que esperar un buen rato en la cola hasta que nos cobraran. En una caja con seis personas trabajando a toda velocidad. La crisis de la venta de discos, de la que tanto se habla, si... (ahora alguno dirá que es porque aquí está prohibido descargar de Internet música. Falso, la gente descarga igual que en España y el top manta existe y es visible en cualquier mercadillo).

Música y pasión. San Francisco nos la ha ofrecido hasta ahora. Mañana mezclaremos la música con la tecnología. Durante la mañana visitaremos Silicon Valley y por la noche... ¡¡¡¡gozaremos con RUSH!!!!