jueves, 2 de septiembre de 2010

Un relato, la vida misma...

Damián es el último de los chicos en franquear la puerta. Camina con paso alegre hacia el patio mientras Lorenzo levanta la mirada para corresponder a su “hasta mañana profe” con la mirada. Hoy ha sido un día difícil. Todos lo son de un tiempo a esta parte. Con el calendario en la cabeza es difícil concentrarse en las últimas clases, en la preparación de las tareas del aula, en la corrección de los deberes de los chicos, en la realización de su trabajo, en definitiva.

Durante unos instantes Lorenzo observa el aula vacía, iluminada por las pantallas de los ordenadores que sus alumnos tienen la manía de dejar encendidos. Ordenadores. Esas máquinas infernales que poco a poco han ido entrando en su vida pese a que siempre juró que no eran necesarios para su trabajo. Cuarenta años de profesión, décadas en las que enseñar ha pasado de ser un arte de palabra y tiza a convertirse en un trabajo marcado por las máquinas. Mientras Lorenzo recoge sus libros y los mete en la ajada cartera de cuero recuerda la contestación de Marina, la mayor de los Peláez, sobre las características que debe tener una correcta alimentación. Su exposición sobre la importancia de consumir aceite le ha dejado dolido por dentro. No porque no haya sido excepcional, sino por lo increíble de la situación. Una niña de catorce años hablando del Valle del Alhama y su aceite como si fuera una crítica gastronómica profesional.

Años antes habría pensado que Marina conocía la comarca del Alhama por su familia. Pero hoy Lorenzo sabe que la niña jamás ha salido de la zona de Peñafiel. Es curioso que una niña nacida en plena Ribera del Duero hable de La Rioja como si hubiera estado allí. Lorenzo imagina la respuesta. Marina ha buscado en Google La Rioja y en la pantalla de la máquina ha aparecido toda la información. Lo ha hecho tan rápido y ha sido capaz de leerlo con la agilidad suficiente como para que pareciera que lo sabía de antemano. Él no ha podido más que asentir mientras pensaba una vez más en el calendario, en como las hojas van pasando pero no acaban de llegar a la esperada fecha del retiro, marcada en secreto y presta a aparecer, no como en esas agendas modernas de los ordenadores, molesta y brincante, sino con la sutileza de unas palabras leídas con sorpresa al pasar una página.

Echa una última mirada a los ordenadores de la clase y sale del aula pensando en su Cervera del Río Alhama natal, en su casa al final de la Calle de la Queda y el momento en el que el calendario, las máquinas y los chicos dejen paso al necesario descanso…


Marina camina con paso raudo hacia su casa. Está contenta. La clase de Sociales con Lorenzo ha sido menos aburrida de lo habitual ya que ha podido tener el ordenador abierto y mientras el profesor rellenaba pizarra tras pizarra podía utilizar el Tuenti para hablar con Lucía y Gerardo. Tuenti mola, piensa mientras sube con avidez las escaleras para llegar a su habitación y poder acceder a su flamante portátil, regalo de sus padres las pasadas navidades. Y es la página de la red social la primera en la que entra nada más conseguir conectar a Internet. Sabe que tiene que ser prudente ya que sus padres están últimamente bastante quisquillosos con lo que mira o lo que deja de mirar en Internet. A fin de cuentas ella lo único que quiere es divertirse y donde están todos sus amigos es en esa web de colores azul y blanco.

Tras pasar la página en la que le recuerdan que Ana cumple años la semana que viene, la mirada de Marina se dirige con rapidez hacia la zona izquierda de la pantalla. Las visitas a su perfil han aumentado desde esta tarde en clase. Tras una ágil revisión de los eventos a los que ha sido invitada vuelve a observar las fotos en las que ha sido etiquetada. Gerardo, el amigo de Blanca, al que aceptó hace un par de semanas, ha etiquetado tres fotos más. En ellas aparecen Blanca y Marina disfrazadas de calabazas. Se siente un poco tonta observando esas fotos del pasado Halloween, sobre todo porque piensa que Gerardo puede hacerse una idea equivocada de cómo es ella. Le gusta ese chico, que tanto se parece a Justin Bieber .

No sabe muy bien donde está Grávalos, el pueblo con nombre extraño en el que vive, pero imagina que debe ser un sitio chulo. Además hoy Gerardo la ha ayudado con la pregunta de Lorenzo. Ella no tenía ni idea de que había aceite en la comarca del Alhama. Realmente le importa muy poco el aceite y su cultivo. Pero cuando ha visto que podía marcarse un tanto en clase ha sido fantástico que Gerardo contestara a su petición de ayuda con un enlace a una web de agricultura de La Rioja. Definitivamente cree que es momento de darle a Gerardo el número de su móvil, se lo ha ganado. Aunque antes de hacerlo se lo consultará a Blanca para ver qué le parece. Abre el Messenger y al ver a su amiga conectada comienza a escribir contándole su plan para acercarse más al chico del pueblo de nombre raro…


Gerardo acaba de llegar desde Alfaro a su casa. Hoy, como todos los días, ha ido a buscarle su abuelo, Tomás. Gerardo sueña con que llegue su cumpleaños y poder lograr la moto prometida para conseguir la ansiada independencia. Quiere mucho al abuelo Tomás pero necesita sentir la libertad de ir y volver al instituto sin contar con nadie. Sabe que su padre, Luis, no se va a negar ya que está muy contento con la página web que Gerardo está haciendo de la Casa. La Casa es el negocio en el que sus padres se embarcaron tras abandonar Logroño hace dos años y asentarse en ese pueblo pequeño, soñando con explotar un alojamiento rural cerca de las fuentes. A Gerardo le duele recordar aquellos días. La separación de sus amigos. Tener que recorrer en autobús el trayecto hasta Alfaro o tener que esperar a que vayan a buscarle. No saber qué hacer más que pasar las horas en la Plaza. Al menos hasta hace un par de semanas cuando conoció a Marina a través de Tuenti.

Desde que se mudaron Gerardo pasa muchas horas frente al ordenador y ahora desea con más fuerzas llegar a su casa lo antes posible. Sabe que sus padres están ocupados con los huéspedes y que su abuelo quiere ver el futbol. A él no le interesa demasiado el deporte. Prefiere usar su Multimedia Studio, la aplicación de Linux para la creación de música, y preparar sus propias composiciones.

Lleva varios días retocando una canción muy especial para grabarla y mandársela a Marina, la chica de ojos azules que le ha vuelto loco. No tiene su teléfono todavía pero cree que tras la conversación de esta mañana por el Tuenti podría conseguirlo pronto. Menos mal que Julia, la profe de música, le ha salvado la papeleta. Julia les habló del aceite de la comarca del Alhama hace un par de días, mientras estaban buscando inspiración para crear un podcast en clase. La idea, que le había parecido tan extraña al principio, era que creasen música como si fueran las hojas de un olivo de Cabretón. Hubo mucho cachondeo en clase a costa de la idea de Julia, pero se acordó de ella cuando Marina pidió ayuda a través de la pantalla.


Gerardo, frente a su ordenador va lanzando aplicaciones, se prepara para continuar con la web de sus padres, continuar grabando la canción para Marina y permanece anhelante sabiendo que en un rato es posible que ella se conecte…

4 comentarios:

Chinita dijo...

Me ha encantado...tres historias en uno! ( y además puedes empezar por la orden que quieras...)

:-D

etrujillo dijo...

Has descrito muy bien el perfil de los niños nativos digitales y la naturalidad con la que utilizan las tecnologías de comunicación.
Parece que nacen sabiendo pero no por eso saben todo lo que deberían y siguen necesitando de los adultos para su aprendizaje.
Es curioso como a esta generación se le ha dejado vía libre en el camino digital por el desconocimiento de los padres y el sistema educativo.
Han formado en muchos casos a sus propios padres.

Fernando Checa García dijo...

Chinita, muchas gracias! Tendría que pulirlo más y hay que continuar, ya que la historia no acaba ahí...

Chuty (etrujillo), ya sabes, ellos son nuestro futuro, pero todavía tienen que vivir con el presente... y con el pasado...

Abrazos

Imma Borrego La Rioja dijo...

Felicidades Fernando, un relato chapó!

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