Por fin tocaba el momento tan deseado de llegar a Los Angeles. Pese a que todos los comentarios que había leído sobre esa ciudad la tildaban de horrible urbe saturada por una pesadilla de coches, tengo que reconocer que el viaje desde Bueltton fue excitante. Poco a poco nos acercábamos a la salida de Hollywood y comprobamos que realmente el tráfico en Los Angeles es insufrible. Miles de coches atascados en cualquiera de las direcciones en las que circules. Miles de automóviles por todos lados.
No intentamos buscar aparcamiento en la calle, ya que al llegar a
Hollywood Boulevard metimos directamente el coche en el parking del
Kodak Theatre, algo que si bien puede llegar a costar 10 dólares, te quita problemas de echar monedas a los parkímetros o del riesgo de dejar el coche sin vigilancia cerca (aunque aquí el "mete el retovisor por si acaso te toca la china" hemos observado que, al contrario de España, no es necesario).
No nos pusieron la alfombra roja, pues vaya...
Tras aparcar, salimos por la puerta del teatro en el que se entregan los Oscars. Un tanto decepcionante, ya que el teatro ha sido ocupado casi en su totalidad por un gran centro comercial y como es lógico las huestes de turistas invaden hasta el último milímetro del edificio. Es posible visitarlo al precio de 15 dólares, pero no nos apetecía juntarnos con una manada interminable de
turis, de forma que nos conformamos con verlo por fuera y en la tele, durante la noche de los Oscars, que tiene más glamour y es más emocionante...
Grande es un rato, pero feo, también...
A su lado el teatro chino, un pastiche arquitectónico bastante horrendo, en el que se siguen proyectando pelis y en cuyo suelo se encuentran las famosas huellas de manos y pies de actores eternos y, por ambas aceras de Hollywood Boulevard, el conocido "
Paseo de la Fama" con sus cientos de estrellas grabadas. Fue divertido descubrir en alguna el nombre de nuestro mito personal y sobre todo culminarlo con la foto que tanto tiempo había soñado hacer, la frikada de moda para cualquiera que viaje a Hollywood. Inmortalizarse junto a la estrella de Tito Chuck.
Tenía que hacerlo, tenía que hacerlo, tenía que hacerlo...
Callejeamos Hollywood arriba y abajo, nos acercamos hasta la sede de
Capitol Records, mítica compañía discográfica en la que se grabaron algunos de los
discos más importantes de la historia del Jazz (visita obligada para mi santa), pasamos por la puerta de infinidad de tiendas de ropa fetichista y por delante de los clubs de striptis más cutres que hemos visto jamás, para ser plenamente conscientes de que en Hollywood se respira una mezcla de ambiente decadente con el "feísmo" más ramplón. Siempre tienes la sensación de encontrarte en un suburbio, en una especie de extrarradio que finalmente no es otra cosa que la arquitectura misma de Los Angeles.
No será por modelitos para encontrar trabajo en Hollywood...
Ni siquiera la vista de la colina con la obligada foto al cartel más conocido del mundo nos acabó de convencer de lo contrario. Los Angeles no nos estaba gustando demasiado. Bien es cierto que estábamos viendo la cima del iceberg nada más. En Los Angeles, sin contar la zona metropolitana, viven más de cuatro millones de personas. De forma que es una ciudad gigantesca. No dudo que tenga rincones preciosos, pero en esta ocasión no teníamos tiempo de encontrarlos.
"La Foto", solo que esta vez la hice yo...
Así pues, tras recorrer
Sunset Boulevard y hacer la parada obligada en el
Whisky a Go-Go, uno de los sitios míticos en la historia del Rock & Roll y donde bandas como los
Doors,
Motley Crüe o
Guns´n´Roses comenzaron sus carreras, pusimos camino hacia
Beverly Hills, donde condujimos entre las mansiones de los millonarios más millonarios. Eso es algo que no deja de sorprenderte en América. La mayor opulencia al lado de las miserias más absolutas: una calle repleta de
homeless; en la siguiente los Ferrari se agolpan como si fueran utilitarios. Fascinante retrato de una ciudad y un país a veces complicado de entender...
El garito por excelencia. Donde se creó el hard rock californiano...
Terminamos el día en
Manhattan Beach, en donde habíamos decidido coger el hotel. Situado a unos 20 minutos de Los Angeles, es una zona bastante tranquila, con algunos restaurantes, bares y algo de vida nocturna. No obstante, reventados tras todo el día caminando nos retirábamos temprano para poder madrugar a la mañana siguiente y continuar descubriendo las cercanías de LA.
David Hasselhoff de joven...
El primer destino de la mañana del sábado fue
Venice, la zona costera tan bien conocida por sus
surfers y por ser escenario de
Los Vigilantes de la Playa, serie mítica de mi juventud. La playa de Venice cuenta con un largo paseo marítimo en el que es imposible no quedar sorprendido por algunas de las cosas que allí ocurren. Guapos y guapas exhibiendo cuerpos de impresión, gimnastas forzudos al borde de la arena haciendo ejercicio, tiendas de souvenirs variados y, en definitiva, la postal californiana por excelencia.
Surfing in USA...
Durante un buen rato anduvimos disfrutando de la mañana. Por fin en manga corta y por fin sintiendo que en California hace calor, aunque el día había amanecido nublado. Nos acercamos a tocar las aguas del Pacífico y nos cercioramos de que su temperatura está sencillamente gélida (especialmente mi santa, que fue la valiente que metió los pies en ella, yo tenía bastante con hacer las fotos ;)
El Carousel al fondo, en una foto bastante mala, pero íbamos corriendo...
De Venice fuimos hasta
Santa Mónica, donde habíamos quedado con unos amigos para comer. Hicimos el español a base de bien, buscando no pagar por el aparcamiento y a cambio dejando el coche poco menos que en Cuenca. Así pues, llegamos tardísimo y por ello prácticamente no nos dio tiempo a ver mucho más que el
Carousel, el famoso parque de atracciones al borde del mar que sale en decenas de pelis; el curioso estilo Art Deco del
The Georgian Hotel, uno de los hoteles históricos de los Estados Unidos, que nuevamente vuelve a mostrar una imagen decadente y al mismo tiempo romántica de una California que ya no volverá; y el
Thrird Street Promenade, la zona comercial del centro de la ciudad, donde pude cerciorarme una vez más de que las habilidades para curiosear entre las tiendas y el placer por hacerlo son consustanciales a las mujeres de cualquier país y continente, así como que la paciencia de los hombres americanos ante esta situación parece ser bastante más alta que la de este que escribe...
Mentira, pero emocionante...
Antes de marcharnos de Santa Monica quedaba una parada obligada: el final de la
Ruta 66. Tal vez la carretera más famosa del mundo, que recorre Estados Unidos desde Chicago hasta precisamente este punto. A decir verdad luego nos enteramos por
Wikipedia de que nunca llegó a terminar allí, pero no cabe duda de que enfrentarse a la placa que anuncia el final del recorrido lleva a pensar en que tan largo viaje tal vez algún día lo afrontemos, quién sabe...
Volvimos para cenar a Manhattan Beach. Pero antes de hacerlo decidimos hacer una cata en una "tasting room" frente a nuestro hotel y allí nos topamos con Tony y Angie, fantásticos nuevos amigos que sin conocernos de nada nos llevaron en su coche y nos acompañaron en
Hermosa Beach. Nuevamente fuimos sorprendidos con la generosa e inmensa capacidad hospitalaria del pueblo americano. Disfrutamos de su amistad primero y con Cyntia y su marido después, en una noche maravillosa de cervezas y buenos amigos. Ojala podamos encontrarnos de nuevo muy pronto, en Estados Unidos o en España.
Si la haces, te pillan, siempre...
El domingo había que volver a San Francisco. Casi 600 kilómetros que hicimos en esta ocasión por la
Ruta 101, menos bonita que la Ruta 1 pero mucho más rápida. Manteniendo la velocidad en ese tope de las 65 millas por hora para evitar tener un nuevo percance con la policía. Jugártela en la carretera es muy fácil y por todo el camino vimos decenas de coches detenidos por los Highway Patrol, de forma que en ningún momento se nos ocurrió apretar gas, por mucho que a veces la carretera parezca eternizarse a esa velocidad.
Comenzaba la tarde cuando llegábamos a San Francisco. Los tonos azules del cielo nos decían adiós. La niebla que permanentemente parece perseguir a esta ciudad durante los meses de julio y agosto se mostraba en el horizonte. La temperatura bajaba casi 10 grados de golpe y la otra cara climática de California nos daba la bienvenida de nuevo.
Al fondo... San Francisco fagocitado por las nubes...
No obstante quedaba una etapa final por cumplir: cruzar el Golden Gate con el coche. Lo hicimos en ambos sentidos. Inmunes a los atascos que, un domingo por la tarde, casi lo bloquean. Simplemente sintiendo la fastuosidad de su construcción. Viendo de cerca su color ocre, atravesando una bahía preciosa. El momento se conjuró para que incluso las nubes decidieran darnos una pequeña tregua. Y la magia nos acompañó durante unos minutos. Habían sido 1000 millas de carretera, muchas sensaciones, muchos paisajes y muchas imágenes por procesar...
Camino al infinito...
(Recuerda que
TODOS LOS DIAS no cuesta nada
VOTARME para conseguir entrar en los cinco finalistas de
Sabatico en La Rioja. ¡¡¡Muchas Gracias!!!)